Durante años, el sargazo fue visto solo como un problema. Su limpieza en temporadas críticas llegó a costar cientos de millones de pesos, con impactos negativos para el turismo y para las comunidades costeras. Pero hoy sabemos que este recurso tiene valor económico real: un kilo de sargazo seco puede alcanzar entre 200 y 500 pesos en mercados especializados que lo transforman en fertilizantes, biocombustibles, cosméticos o materiales de construcción. Reconocerlo como recurso pesquero cambia la narrativa: de pasivo ambiental a activo económico.
La naturaleza, además, muestra sus propios equilibrios. No es casualidad que los mayores arribos de sargazo coincidan con las temporadas de veda. Justo cuando los pescadores deben detener la captura de especies clave, aparece esta biomasa marina como una alternativa de ingresos. Y más allá de lo económico, el sargazo cumple funciones ecosistémicas: ayuda a nivelar el pH del océano y aporta nutrientes que sostienen cadenas tróficas marinas. Incluso en exceso, lo que percibimos como un problema es parte de un ciclo natural con valor ambiental.
El reto ahora es transformar esta realidad en una oportunidad para quienes más lo necesitan. Si los pescadores y cooperativas logran incorporar el sargazo como un producto de aprovechamiento, se diversificarían sus economías y se reduciría la presión sobre especies marinas que hoy enfrentan riesgos por sobreexplotación. Cada kilo de sargazo recolectado en alta mar podría representar no solo un ingreso adicional, sino también una herramienta de conservación.
El marco legal que brinda la carta pesquera es apenas el inicio. Lo que sigue es crear las condiciones para que las comunidades costeras puedan organizarse, capacitarse y contar con la infraestructura mínima para integrar esta actividad a su vida productiva. En lugar de ver al sargazo únicamente como un gasto para limpiar playas, deberíamos verlo como un recurso que puede detonar nuevas cadenas de valor, generar empleos y darle estabilidad económica a quienes dependen del mar.
El sargazo, que durante años simbolizó crisis y desgaste, puede convertirse en el aliado inesperado de la sustentabilidad. No solo porque ayuda a compensar las economías de los pescadores en épocas de veda, sino porque al ofrecerles un nuevo producto de valor también contribuye a la conservación de especies marinas.
La pregunta ya no es si debemos aprovecharlo, sino cómo asegurarnos de que este aprovechamiento se traduzca en desarrollo comunitario y en equilibrio ecológico. El Caribe mexicano tiene en el sargazo un desafío, pero también una oportunidad única de transformar un problema en motor de resiliencia.